Primero ¿qué es una misión? “Un grupo de acciones en la lengua con el fin de saber algo. También puede ser un mapa, un recorrido más en rapel por la biblioteca”, así se abisma Gastón Ortiz desde el título.
El camino de este vagamundo literario, se sabe, es el del barroco americano. El derrotero de la inocencia, dirá, de la fe en la exhuberancia, en los dones de la aventura. “Pero no lo recorrí para adquirir experiencia y malhumor, sino una participación de mi habla barrial en el texto del mundo”.
Por un lado, este viaje por las Misiones nos propone un itinerario mágico-ritual, y por otro la absorción de todas las tradiciones posibles en afán de trazar paralelos entre la revelación cristiana y los cultos chinos, egipcios, quichuas, entre más. “Un sincretismo educativo y un cuestionamiento tácito a la idea de verdad y razón”, al que se suman, hoy, “la tribu de mi calle, las tretas históricas del indio, el negro, la monja hereje, el criollo, para agazapar símbolos de la cultura propia en la dominadora”
‘El sastrecillo valiente’ o ‘El rey desnudo’, incluso el plan samurai tiene un criterio de antología infanto-juvenil en el imaginario alucinado de este misionero, que incluye hasta la fábula de Jacob y Esaú.
Lo hermético, es todo caso, es la llave de la obra.
- ¿Te importa la comprensión del lector?
Benveniste decía que una abeja puede avisar a otras dónde hay rico polen, pero esas otras no pueden comunicárselo a unas terceras: para bailar ante el panal hay que percibirlo. La propuesta no va por la comprensión, no va por el ¿me entendés? No, nada de proposiciones indirectas. Hay un nexo, una juntura invisible, muda, entre los signos y lo que significan, los brujos la llaman signatura.
Pero con una gamba todavía en la era Kali, la literatura hoy es un huevón diciendo que Borges leyó que Kafka escribió que Shakespeare plim plim plim: no se diferencia del habla cotidiana y los medios, donde todos repiten información que poco importa comprobar.
- ¿Te reconocés en alguna tradición literaria?
Prefiero desconocerme, no dejo de sentir extrañeza ante las herencias y las genealogías. Pero igual se te va armando alrededor una hermandad, la de los que se perdieron intuyendo que poco se sabrá de qué sirve la literatura si no se la toca con la lengua del exceso.
Cada una de estas mesetas de prosa poética, cierto, hechizan por pura pócima simbólica.
“Pero una misión apenas trae lo que fascinó de cachorro a un don nadie, melancolía de espejarse en un libro en plena jungla, de trompearse por la chica con el bróder colectivo del lector”.
Mariana Guzzante - mguzzante@losandes .com.ar
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