Por Belén Aliberti,
Abelardo Castillo vive en Buenos Aires, ciudad en la que, pese a lo
que cree la mayoría de sus lectores, nació el 27 de marzo de 1935.
En pleno centro porteño, comparte con Sylvia Iparraguirre, su mujer,
una elegante casa de techos altos y muebles antiguos.
En la entrada, una esclarea. Y en el piso de arriba, dos sillones
savonarola que custodian un tablero de ajedrez; juego que
despierta la pasión del escritor.
Vistiendo una remera de Edgar Allan Poe y sentado en un confortable sillón
bordó, Castillo le cuenta a TN.com.ar qué opina de las nuevas tecnologías,
dónde piensa que se da hoy el encuentro reflexivo que antes tenía lugar
en las revistas literarias, cuáles fueron los autores que más lo marcaron
y qué significa ser escritor.
-De Sur hasta Contorno, pasando por Punto de vista y por las revistas en
las que usted formó parte (El Grillo de Papel, continuada por El Escarabajo
de Oro, y El Ornitorrinco): Esos cruces que antes tenían lugar en
las revistas literarias, ¿dónde se dan hoy?
-“No se dan realmente o tal vez se den en ciertas tertulias donde los
chicos intercambian sus textos. Sin embargo, son tantos los
jóvenes que están como diseminados y es como si no tuvieran un
contacto real el uno con el otro. Las revistas, en cambio, fueron
esenciales para la Literatura. Hoy eso se ha perdido.
Se podría decir que se las está reemplazando a
través de los blogs o de Facebook, pero yo lo dudo
bastante. En realidad, esas publicaciones son
exposiciones muy individuales; en general, parecen
más diarios íntimos que el encuentro reflexivo que se
daba a través de las revistas”.
-Hablando de las nuevas tecnologías, ¿cómo piensa que internet
influye en la labor de un escritor?
-“No sé hasta qué punto los cambios tecnológicos pueden influir
en la tarea del escritor. Creo que en algunos influye más y
en otros menos y que, particularmente, le es más útil a un
ensayista que a alguien que hace ficción porque,
en realidad, lo que internet facilita es el acceso a ciertos
datos. En mi caso, por ejemplo, cuando escribí la novela
El evangelio según Van Hutten, me permitió saber cuál
era la cantidad de cristianos que había en el mundo; cifra
que no había podido encontrar en ninguna enciclopedia.
Ahí entendí para qué está hecha internet; no está hecha
para el conocimiento sino para la información”.
Sylvia entra sonriente al living, con dos cafés y galletitas.
Dulce y amable, resulta simple entender por qué esa
señora rubia cautivó el corazón del escritor.
A ella, Abelardo le dedica todos sus cuentos: “Los ya escritos y los
que aún quedan por escribir pertenecen a un solo libro
incesante y a una mujer. A Sylvia”.
Y también por ella, confiesa, dejó el alcohol, vicio que lo acompañó
hasta sus 40 años. “Un día tomé la decisión y lo logré. Sylvia no creía
que iba a dejarlo pero lo hice y me fue fácil porque aunque
era alcohólico, no me gustaba la bebida sino el efecto que
ella producía en mí”, recuerda el intelectual. Según cuenta,
tomó la decisión durante el verano de 1974, en San Pedro,
ciudad ubicada a 164 kilómetros de Buenos Aires, en la que
se crió Abelardo y donde, actualmente, vive su familia.
Las huellas de Arlt, Borges y Marechal
A pocos días de cumplir 76 años, Abelardo sigue dedicando sus noches a
pluma y, pese a ser él uno de los escritores más reconocidos de Latinoamérica,
admite que la labor del literato no se valora.
“No creo que el trabajo del escritor tal como yo lo entiendo esté valorado
y tampoco sé si es necesario que lo esté porque la escritura no es
un oficio. No se trabaja de escritor, se es escritor”, explica.
Y ese camino, entiende, empieza a recorrerse de chico:
“Los libros que más nos marcan son los que leemos en
nuestra adolescencia”.
En su caso particular, Edgar Allan Poe y Jean-Paul Sartre son quienes
más la influenciaron. Y, entre los escritores del Siglo XX, destaca
la injerencia que sobre él tuvieron Roberto Arlt,Jorge Luis Borges
Castillo advierte, sin embargo, que el hábito se adquiere de chico:
“La lectura no se puede incentivar desde las grandes novelas,
sino que empieza realmente con las revistas de historietas
y los libros de aventura”. Por eso, sostiene, la tarea de incentivar
la lectura es hoy en día aún más complicada porque todo eso
“parece haber sido reemplazado por la computadora”.
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