Muere a los 82 años Raùl Alfonsìn, el padre de la democracia Argentina
Murió a las ocho hora local, de madrugada en España. Sus partidarios se concentran a estas horas a las puertas de su casa de Buenos Aires donde reposan sus restos.
Actualizado Miércoles, 01-04-09 a las 02:32
Pasó a la historia mucho antes de que el cáncer le invadiera los pulmones y después los huesos. Escribió con sangre de miles de desaparecidos, sudor de todo un pueblo y lágrimas propias, el capítulo de recuperación de la democracia en Argentina. Raúl Alfonsín (Chascomús, 12 de marzo de 1927/Buenos Aires 31 de marzo del 2009) ganó en las urnas una Presidencia usurpada durante siete años por la dictadura militar (1976-83). Ese día, el 30 de octubre de 1983, el triunfo de la Unión Cívica Radical (UCR), encarnado en el candidato Raúl Ricardo Alfonsín, se convirtió en patrimonio nacional. Alfonsín será velado en el salón azul del Congreso pero será enterrado en el cementerio de la Recoleta.
A lo largo de todo su Gobierno Alfonsín ejerció de equilibrista entre el fuego callado de unas Fuerzas Armadas que se resistían a someterse a la democracia y el grito desgarrado de millares de personas que buscaban con vida a sus familiares asesinados por el régimen. Sus primeras medidas al llegar al Gobierno, con el 51,7 por ciento de los votos, fueron salomónicas. Dictó dos decretos para sentar en el banquillo a los integrantes de las Juntas Militares y a los guerrilleros montoneros y del Erp (Ejército Revolucionario del Pueblo). En simultáneo ordenó la creación de la Conadep (Comisión Nacional para la Desaparición de Personas) que sirvió de base para un juicio sin precedentes y que algunos bautizaron como “el Nurenberg argentino”. Pero, como él mismo gustaba de precisar, “acá fue distinto, argentinos juzgaron a argentinos”. Como consecuencia de aquel proceso los dos emblemas de la dictadura, el General Jorge Rafael Videla -compañero suyo con Galtieri en el Liceo Militar- y el comandante Emilio Eduardo Massera, fueron condenados a cadena perpetua. El resto de los integrantes de las tres primeras juntas militares –la cuarta quedó fuera- recibieron penas de entre cuatro y diecisiete años.
La presión de los militares le puso entre la espada de la justicia y la pared de la democracia permanentemente. Forzado por las circunstancias dictó las leyes de Obediencia Debida y de Punto y Final. La primera eximía de responsabilidad penal del terrorismo de Estado a los cuadros inferiores y la última fijaba una fecha límite para presentar denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. Años después, tras ser anuladas, reconocería en entrevista a ABC “entonces eran necesarias, hoy no. Yo también las habría anulado”.
La amenaza de un golpe de Estado le persiguió hasta el último día de su Gobierno. Alfonsín, rebautizado como "el padre de la democracia", tuvo que sofocar dos asonadas protagonizadas por los “carapintadas”, jóvenes oficiales con los rostros embadurnados de betún y vestidos de campaña. Lo hizo con voz firme y mano abierta, actitud que le valió no pocos reproches de sectores que pedían castigo sin concesiones. El teniente coronel Aldo Rico, comandó el levantamiento de Semana Santa de 1987 que puso de manifiesto la desobediencia de las FFAA al jefe del Estado. La frase, “La casa está en orden. Felices Pascuas””, pronunciada por Alfonsín, se transformó en una ironía en una Argentina que no terminaba de convencerse, con motivos, de que la libertad no tenía marcha atrás. El segundo alzamiento, en diciembre de 1988, encabezado por el coronel Mohamed Ali Seineldín, volvió a provocar un temblor en los cimientos de la incipiente democracia.
Al mes siguiente, por si la presión de los militares fuera poca, un comando guerrillero del Movimiento Todos por la Patria (MTP), tomó al asalto el cuartel de La Tablada. Enrique Gorriarán Merlo, asesino del dictador nicaragüense Anastasio Somoza, dirigió la operación desde la periferia de la unidad militar. El golpe terrorista se sofocó pero dejó un saldo cercano al medio centenar de muertos y una leyenda oscura sobre lo sucedido.
El primer gobierno de la democracia tenía frentes abiertos en todas partes. La tensión militar venía acompañada de una crisis económica y social brutal. Alfonsín intentó, sin éxito, poner freno a una inflación galopante que llegó a alcanzar el 4.700 por cien anual. El dólar se había ido por las nubes y la posibilidad de una revuelta social estaba cada día más cerca. El Plan Austral para cambiar la moneda y congelar los precios no logro su objetivo. Tampoco la reforma del Estado pretendida ni el cambio de la capitalidad de Buenos Aires a la patagónica ciudad de Viedma y, para echar más leña al fuego del fracaso, la CGT (Confederación General de los Trabajadores) le castigó con trece huelgas generales.
Como una primera versión de lo que pasaría en el 2001 con Fernando de la Rúa, una cadena de saqueos y movilizaciones precipitaron el adelantamiento de la entrega del Gobierno a Carlos Saúl Menem. El 8 de julio de 1989, seis meses antes de lo previsto, anunciaba: "Mi conciencia exige que intente atemperar los sacrificios del pueblo mediante el mío personal, sin provocar demoras que puedan entorpecer la transición entre dos gobiernos igualmente democráticos…”
Censurado hasta su muerte por esta decisión, Alfonsín se enrabietaba en una de sus entrevistas con ABC, “lo hice de acuerdo con Menem pero luego, para mi sorpresa, él me criticó”. Con su sucesor, pese a todo, firmó el denominado Pacto de Olivos que permitió una reforma de la Constitución y la posibilidad de la reelección. Pieza indispensable en el tablero de la política argentina, Raúl Alfonsín se llevaba las manos a la cabeza con el doble Gobierno del matrimonio Kirchner. Ambos se apropiaron de la bandera de los derechos humanos ignorando que la Conadep y el juicio a las Juntas Militares se hicieron durante su Gobierno, cuando todavía había ruido de sables en Argentina.
Enfermo terminal, la presidenta Cristina Fernández, tuvo un gesto final de reconocimiento. En octubre presidió una ceremonia de homenaje para que su busto pasara a formar parte del salón de la Casa Rosada donde se exhiben los de otros presidentes.
Margarita Ronco, mano derecha de Alfonsín, comentaba hace unos días a ABC el estado del ex presidente. “Es buen paciente, animoso y disciplinado pero ya no puede leer los diarios”. Hoy, la noticia de portada será su muerte.
Descanse en paz.
Descanse en paz.
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