viernes, julio 3

POLDY BIRD- De muchos poquititos


De muchos poquititos fui siendo esta mujer que a veces llora y a veces va can­tando por la calle, con los ojos perdidos en las frescas copas de los árboles.

Con una tiza y una figurita de ange­lito pensativo, con una piedra de payana, una sonrisa dulce de maestra que me puso "muy bien, felicitada", un confite de menta y unos dientes que el ratoncito Pérez me pagó diez centavos (o diez pesos, ya ni me acuerdo cuál era entonces el valor del dinero), con el olor a perfume de mamá contándome un cuentito ... con eso, hice mi infancia.

Con un rouge a escondidas coloreando mi boca,

con una carta de muchachito enamorado,

con un vestido rosa con vola­dos, con unas ganas locas de que me de­jaran ir a la fiesta de la primavera,

con un cuaderno en el que anotaba los versos y las frases que tanto me gustaban,

con un sueño inolvidable en el que James Dean me besaba,

con ganas de llorar por cualquier tontería y de reírme también sin saber por qué motivo,

con muchos sig­nos de pregunta dándome vueltas sin atreverme a pedir las respuestas,

con una flor secándose entre las páginas de un libro de Neruda, con mucho miedo de crecer,

con mucho miedo de sufrir y equi­vocarme... hice mi adolescencia.

Y después supe, o creí saber...

Aprendí a caminar con tacos altos.

A sentarme sin que se me subiera la pollera,

a llegar puntualmente a mi trabajo,

a mirar a los ojos descubriendo lo que pen­saban los demás.

Con gestos, con sonrisas, con palabras, con encuentros, con pensamientos geme­los, con charlas trasnochadas y entusias­mos vehementes, hice de mis amigos un escudo para defenderme de la soledad.

Y crecí.

Amé.

Fui amada.

Descubrí que el amor es lo importante.

Que sin amor no vale la pena ni siquiera despertarse a la mañana.

Y que el amor es muchos poquititos de cosas que parecen no tener importan­cia... y valen tanto.

Es compartir un pan y una congoja y estar de parte del amado en todo, y apoyarnos en él y soste­nerlo, que el arroz no se pase, que esté limpia la casa, que alguien escuche: "Flo­reció el rosal" y se ponga contento como si hubiese ganado el prode.

Y que entre dos se haga mecer la cuna en la que el hijo duerme sin congoja...

Pañales, fiebre, rodillas lastimadas, plazas interminables, calesita, la letra "a" dibujada como si fuera una manzana, los zapatos en Reyes, las rabonas, una niña que crece tan ligero que me obliga a mirarme en el espejo con temor de ser vieja cuando dice "Mamá, quiero casar­me en mayo...”

Y así, de poquititos... de poquitos de sol y de esperanza,

de poquitos de azul y de tormentas,

de jirones de música y tem­blores y de llantos y fuerza y de ternu­ra... hoy soy esta mujer, esta que tuvo una hija, plantó un árbol, escribió algu­nos libros... y ya puede morirse afir­mando:

"Viví, hice una vida plena y total con muchos poquititos. Lo importante es que he sido feliz, lo otro no cuenta, no cuenta... hay que olvidarlo".

Estamos obligados a olvidarlo.

Porque las ausencias, temporales ausencias, no pueden ser

mas fuertes que el abrazo tibio.

Porque las lágrimas no pueden fabricar un oceano.

Porque a ella, a mi siempre niña, no le hubiera gustado que

su madre, la luchadora, se entregue al abismo con los ojos

cerrados, dandose por vencida.

Porque mi Dios me ha enseñado que si, que habra un encuentro

y me tengo que cuidar para llegar a ese momento y ese

lugar que solamente el sabe donde queda...

Porque los que quedamos...tenemos que sacar a pasear en nuestros zapatos a los que ya no pueden caminar por si solos.

De muchos poquititos nos hemos estado construyendo.

Y esta que soy...no hara abandono de sus sueños, porque al

seguir soñandolos esta manteniendo y completando los

sueños de nuestra gente amada, que quedaron truncos.

De esa sonrisa de mi niña que se adelantò en el camino,

saco las fuerzas y las ganas...

Y por eso no la perderè nunca.

Siempre estará conmigo. Siempre.








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